Según Infoalimenta, un helado es una preparación “que ha sido llevada al estado sólido, semisólido o pastoso, por una congelación simultánea o posterior a la mezcla de las materias primas utilizadas y que han de mantener el grado de plasticidad y congelación suficiente, hasta el momento de su venta al consumidor”. Dejando a un lado definiciones técnicas y farragosas, sabemos que el helado es el mejor producto del verano y no solo eso, también es el primer remedio para los corazones rotos, ¿quién no ha llorado alguna vez con una tarrina en la mano?
ORIGEN E HISTORIA: Como sucede con otros alimentos populares en el mundo, no hay una única versión acerca de la historia del helado. La teoría más conocida sobre su origen se remonta al 4.000 a. C., en China. Se dice que ya entonces los chinos comían una mezcla de nieve traída de las montañas con arroz, frutas, miel y especias. Según la tradición, Marco Polo, después de 20 años viajando por Oriente, lo introdujo en Italia a finales del siglo XIII y fue extendiéndose por el resto de los países europeos muy lentamente (algo que algunos ponen en duda, ya que no aparece en sus escritos).
EVOLUCIÓN: En el siglo XVII un italiano, Francesco Procopio dei Coltelli, considerado el padre del helado, inventó una máquina que homogeneizaba la mezcla de hielo, frutas y azúcar con la que se obtenía una pasta parecida a lo que conocemos como helado en la actualidad. Los italianos se encargaron de popularizar y extender el consumo por todo el continente. A principios del siglo XX un fabricante de helados en Ohio añadió un palito en un extremo de una mezcla de helado surgiendo el famoso polo que conocemos todos hoy en día. Asimismo, una vendedora en Louisiana inventó el concepto de bola de helado encima de un cono comestible: el cucurucho de helado.
Sea cual sea el origen auténtico del helado, se trata de una de las grandes aportaciones de la gastronomía. Como dice el lema de Rocambolesc, la heladería fundada por Alejandra Rivas y Jordi Roca, el reconocido pastelero del Celler de Can Roca, “no hay amor más sincero que el amor por los helados”. Pues eso, que Frozen ya nos enseñó que en el hielo puede haber amor; ¡que viva el verano y que vivan los helados!