En la era de la sobreinformación, donde los mensajes extremos están a la orden del día, muchas personas sanas han optado por reducir el consumo de sal pensando que es la clave para prevenir enfermedades cardiovasculares, como la hipertensión. Sin embargo, antes de incorporar esta práctica a tus hábitos, es importante considerar tres puntos clave:
El sodio no es el enemigo
La sal está compuesta principalmente por sodio y cloro, y el sodio es un mineral esencial para el organismo. Sin él, el cuerpo tendría dificultades para regular la presión arterial, transmitir impulsos nerviosos y contraer los músculos. Además, el sodio interviene en la absorción de nutrientes. Por lo tanto, no es correcto demonizarlo.
El problema está en los ultraprocesados, no en el salero de casa
No es la pizca de sal que agregas a la comida casera lo que pone en riesgo tu salud, sino las enormes cantidades de sodio escondidas en los ultraprocesados. Estos productos no solo contienen sodio en exceso, sino también otros ingredientes poco interesantes para la salud.
La salud cardiovascular no depende solo de un nutriente
Si bien el exceso de sodio puede afectar nuestra salud, reducirlo en exceso también tiene consecuencias negativas. Un consumo muy bajo de sodio activa el sistema renina-angiotensina-aldosterona (RAAS), lo que aumenta los niveles de angiotensina II y aldosterona, compuestos vinculados a la inflamación crónica y la resistencia a la insulina. (Garg et al., 2011)
En mi opinión, la prevención de la hipertensión no se trata solo de cambiar las patatas fritas de bolsa por unas bajas en sodio o de dejar de añadirle sal a las comidas. Se requiere un enfoque integral que considere los diversos aspectos del estilo de vida, sin centrarnos únicamente en eliminar un mineral.