En las últimas semanas se ha hecho viral el lanzamiento de una línea de cosmética dirigida a niñas “a partir de 3 años”, impulsada por Shay Mitchell. Más allá de la polémica concreta, este tipo de iniciativas refleja una tendencia preocupante: la entrada de la infancia en el mercado estético.
Como psiquiatra infantil, veo a diario cómo la presión estética afecta a la salud mental de niñas y preadolescentes. La cosmeticorexia, la obsesión por corregir o “optimizar” la apariencia, no aparece de repente: se construye a través de mensajes que siembran inseguridad muy temprano. Cuando a una niña de 3 o 4 años se le transmite que su piel “puede mejorar”, el problema ya no es cosmético sino del desarrollo.
A esa edad, el cerebro está centrado en jugar, ensuciarse, explorar y construir identidad. Introducir rutinas cosméticas innecesarias puede desplazar esas prioridades y enviar la idea de que su cuerpo necesita ser perfeccionado desde el inicio. No estamos ante autocuidado, sino ante la creación de un nuevo nicho de mercado.
Desde el punto de vista dermatológico, la rutina infantil debería ser simple: jabón suave y protector solar. Lo que sí requiere verdadero cuidado es su autoestima y su relación con su propio cuerpo.
Cuando una marca envía el mensaje de que una niña de tres años necesita una rutina de belleza, no está vendiendo cosmética: está vendiendo la sensación de que su cuerpo es un proyecto a corregir, y eso tiene consecuencias. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de proteger la infancia de una presión estética que ya afecta a adolescentes y preadolescentes con niveles preocupantes de ansiedad e insatisfacción corporal constante. De hecho, impacta en el aumento de problemas como son los Trastornos de la Conducta Alimentaria.
No se trata de alarmismo, sino de sentido común: la industria debe tener límites cuando hablamos de desarrollo infantil.