Hace unas semanas compartimos la noticia de que Corea del Sur acababa de prohibir la carne de perro. Viéndolo desde un prisma occidental nos horroriza el simple hecho de pensar que la comían antes. Pero
nuestra gastronomía tiene mucho que ver con nuestro contexto cultural y por supuesto con nuestra condición religiosa. Hoy hablamos de algunas prohibiciones y recomendaciones hechas por las religiones a sus acólitos; en este primer volumen de "comer como Dios manda" hablamos del cristianismo y el judaísmo.
CRISTIANISMO: Mientras unos celebrarán el 14 de febrero un San Valentín lleno de comidas y cenas copiosas en honor del amor, otros comenzarán la Cuaresma, un periodo de cuarenta días que para los católicos tiene un significado especial, ya que se trata de una fase de purificación, además de la conmemoración del tiempo que Jesús permaneció en el desierto de Judea, en Jerusalén.
Aunque
la religión cristiana no prohíbe explícitamente ningún alimento, el Miércoles de Ceniza y el Jueves Santo son los dos días en los que el cristiano debe guardar cierto ayuno, limitándose a consumir únicamente líquidos y hacer una comida al día. Además, también está prohibido el consumo de carne el Miércoles de Ceniza, Jueves y Viernes Santo y los viernes de la Cuaresma.
JUDAÍSMO: En cuanto a prohibiciones o limitaciones, la religión judía es probablemente la más estricta. Los judíos siguen los preceptos de la kashrut. Aquellos alimentos que cumplen los preceptos de la kashrut son considerados
casher o kosher. Los que no los cumplen se consideran impuros y son denominados trefá o taref.
De forma simplista se considera que las prohibiciones de la Torá con respecto a la alimentación se limitan a que no está permitido ingerir carne y lácteos al mismo tiempo, y que además se deben usar utensilios separados para manipularlos, así como tener cuidado de no lavarlos en la misma agua. Pero esto es solo la punta del iceberg.
La Torá es bastante clara con respecto a qué animales están permitidos y cuáles no. Así, se tolera el consumo de animales terrestres que tengan pezuñas hendidas y rumien (vacas, ovejas, cabras y ciervos son kosher) mientras que los que no cumplan estas dos condiciones no son permitidos, lo que
excluye de su dieta a cerdos, conejos, liebres, perros, gatos, caballos y un largo etcétera. Ojo, tampoco se pueden consumir los cuartos traseros de los rumiantes autorizados, solo los cuartos delanteros, además deben ser sacrificados a través de una matanza ritual conocida como Shejitá, que lidera el shocet, entrenado y certificado por las leyes judías.
La carne también debe remojarse para eliminar toda la sangre antes de la preparación.
En cuanto a las aves, la Torá también ofrece una lista de las que son impuras, que son básicamente
las aves rapaces o carroñeras, por lo que quedan prohibidas algunas poco habituales en la mesa como el buitre, el águila o el cuervo, pero también otras que no lo son tanto, como la avestruz o el faisán. Las que sí están permitidas son el pollo, el pato, el ganso y el pavo.
En lo que respecta a pescados y mariscos, para que un animal marino sea
kosher debe tener simultáneamente aletas y escamas, admitiendo pues un amplio abanico de peces como son el atún, el salmón, la carpa, el mero o la sardina, pero dejando fuera todo el marisco (gambas, langostinos, moluscos, cangrejos, pulpo...) y también ballenas, tiburones, delfines o peces espada.
Con todas estas especificaciones no es de extrañar que el sello
kosher esté cada vez más demandado, no solo por los judíos sino por quienes buscan en los productos trazabilidad y garantías de elaboración. Sellos aparte, lo que deja claro este primer volumen es que lo de comer como Dios manda no siempre es una tarea sencilla.